Contra la Revolución

Triunfo de la Revolución

Parte II

Pero, si nos atenemos al segundo plano, al que vamos a limitar nuestro estudio, al plano temporal de los beneficios que nos reportaría una sumisión más consciente, más voluntaria, a la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo, no hay duda que podemos registrar en este nivel una gran derrota de las fuerzas católicas ante la Revolución. Sabemos que esta apostasía de las naciones modernas, lejos de oscurecer la gloria de Cristo Rey, contribuirá a su mayor triunfo, a que Nuestro Señor reine de todas formas, sea por los beneficios de su presencia, sea por las desgracias inseparables a su ausencia. No es asunto este para tratarlo aquí. No queremos hablar más que de los males a los que alude San Jerónimo cuando decía que nada es más perjudicial para el mundo que no recibir a Jesucristo. Así, San Jerónimo no admitía, ciertamente, el fracaso eventual de la misión del Salvador. La certeza de su triunfo no le impedía ver que en un cierto grado y sobre un cierto plano, el beneficio del cristianismo podía ser victoriosamente descartado, combatido, aniquilado. Retroceso de la Iglesia, retroceso de Nuestro Señor Jesucristo en lo temporal. Durante veinte siglos, este retroceso no ha ocurrido siempre. ¡Al contrario! En las bellas horas de la cristiandad y en aquellas otras aún (en lo que concierne, al menos, al Occidente y a las regiones del globo sometidas a nuestro poder) se pudo casi creer en una acogida entusiasta hecho por las ciudades de la tierra al reinado social de Jesucristo. El orden temporal mismo pareció querer contribuir, por los principios mismos sobre los que fundaba sus instituciones, al mayor y más fácil triunfo del plan divino. Desde hace más de dos siglos, por el contrario, es decir, desde la Revolución y el movimiento filosófico (protestantismo, jansenismo, galicanismo, racionalismo, masonismo) que preparó el hundimiento de 1789, la Iglesia, el catolicismo, no han cesado de ser apartados metódicamente de lo temporal. Un naturalismo político y social, un laicismo unas veces violento otras pérfido, han sustraído progresivamente la orientación de las ciudades y el gobierno de los pueblos a la influencia de la doctrina católica. En este plan y en este orden, el triunfo de los enemigos de la Iglesia es, se puede decir, aplastante. El hecho se presenta en esto evidente: en lo temporal, en lo cívico, en lo político, Cristo, Nuestro Señor, con alguna muy rara excepción, ha sido expulsado de todas partes. En Oriente como en Occidente, en el hemisferio norte como en el hemisferio sur, el naturalismo político, el laicismo, reinan como señores. Un poco en todas partes, los católicos -incluso ciertos clérigos- parecen haber tomado su partido y, con algunas astucias de vocabulario, se atreven a declararlo legítimo. Así, pues, sin lugar a dudas, tal estado de cosas es la obra de esta corriente de naturalismo organizado que se llama la Revolución. Es esta su obra esencial, lo que, a pesar de sus contradicciones o de sus fluctuaciones políticas, sus maestros o sus jefes han designado siempre como su principal fin. Aunque en desacuerdo en mil puntos, en esto concuerdan todos, por lo que, en horas de crisis, se restablece entre ellos la «unión sagrada». He aquí por lo que nos hemos atrevido a decir que nuestro planeta es revolucionario. En lo temporal el triunfo de la Revolución es casi completo.

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«Para que Él Reine» Jean Ousset